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BLANSKET: Historia el Baloncesto: Joe “The Destroyer” Hammond

domingo, 2 de diciembre de 2007

Historia el Baloncesto: Joe “The Destroyer” Hammond

Tras algunas semanas de parón volvemos a repasar la historia de nuestro deporte. El artículo que nos ocupa hoy cuenta con todos los ingredientes que hemos ido tocando en las distintas secciones del blog. Un jugador que tuvo su día de gloria, que este día fue tan grande que le llevó a entrar en la historia del baloncesto, y que finalmente terminó como un ángel caído. Hoy os presentamos a Joe “The Destroyer” (El destructor) Hammond.

Nacido el en barrio de Harlem en la ciudad de Nueva York en el año 1950, Joe pasó la vida en las calles del ghetto, entre drogas, delincuencia y como no, las pistas de los “playgrounds”, ese asfalto que lo elevó a la categoría de dios y que le permitió codearse con los más grandes. Hammond, fue un producto de los playgrounds de Harlem que, como contaremos a continuación, se convirtió en una leyenda del baloncesto en su tiempo libre.

En los partidos callejeros de los años 70 no había televisión por Harlem por lo que todo lo que nos queda es el relato de los que allí vivieron lo que sucedió. Como toda la buena tradición oral, aumenta la leyenda en cada generación que pasa y ya no se sabe qué es parte de realidad y qué pertenece al mito: Algunos nativos de Nueva York que pasaban por allí en los años setenta juran que Joe Hammond era mejor jugador que el mismísimo Dr. J, Julius Erving, y se escuchan historias como: “Hammond clavó 50 frente a Doc. Podría haber pateado algunos culos en la NBA si hubiese querido”.

Nate Archibald, miembro del Hall of Fame que jugó con leyendas como Larry Bird, Kevin McHale, y Robert Parish en los Boston Celtics, cree verdaderamente todas esas exageraciones sobre los playgrounds por una simple razón – él estuvo allí. "Estaba trabajando en un partido de la Rucker para la ESPN cuando Joe Hammond anotó 82 puntos contra un equipo de jugadores profesionales. Y no lo hubiese creído si no lo hubiese visto con mis propios ojos. Estaba vivo, y era real", dijo Archibald. "Habiendo crecido en la ciudad, yo sabía que todas las habladurías sobre los playgrounds no eran exageraciones, porque yo jugué con y contra algunos de aquellos grandes jugadores”.

Pero acerquémonos un poco a la vida de Hammond, una vez hecha ya esta breve introducción sobre los playgrounds neoyorquinos y la veracidad de lo que allí sucedió.

En Harlem, y en muchos otros barrios de Nueva York, la mención del nombre de Joe Hammond aún trae sonrisas a la cara de cualquiera que lo viese jugar. A pesar de no haber jugado ni un sólo minuto en equipos de Instituto o Universidad, muchos consideran a Hammond el mejor jugador callejero de todos los tiempos. A la edad de 19 años, ya había alcanzado el estatus de profesional y fue seguido por los ojeadores de la NBA como una futura estrella de la liga.

Hammond, hijo de un trabajador del transporte público de Nueva York, abandonó el Taft High School en el Bronx en noveno grado. "Siempre odió la escuela", recuerda Don Adams, el único entrenador que tuvo jamás Hammond a nivel amateur. "Recuerdo que faltaba a clase durante largos periodos de tiempo. Libra por libra, Joe Hammond era el mejor jugador de baloncesto que salió nunca de Harlem. Hay una gran diferencia entre Joe y otros jugadores de Instituto legendarios como Earl Manigault y “Helicopter” Knowings. El resto tuvo alguna oportunidad de salir de esto pero no lo lograron. Pero Joe, ciertamente pudo salir y no quiso", dijo Don Adams.

Pero Hammond no usó el equipo de la escuela para exhibir su talento. Él era un rey que gobernaba otros dominios, las ligas de verano de Harlem. Su principal parada era el Torneo Rucker, compuesto mayoritariamente por jugadores universitarios de todo el país que volvían a casa de sus universidades y jugadores profesionales que necesitaban algo de competición para mantenerse en forma durante la post-temporada. En los años 70, de acuerdo con aquellos que lo vieron, hacía saltar al público con sus mates, su preciso lanzamiento y sus asombrosas anotaciones totales.

Su lanzamiento en suspensión, ejecutado con gran parábola, era alérgico al aro. Siempre encontraba el camino para penetrar a canasta donde no existía y su facilidad para anotar hacía parecer que dirigía el balón por control remoto. Ningún jugador de Nueva York usó jamás esos tableros de metal mejor que The Destroyer.

"Estás hablando de un tío que aparecía en estos partidos y cada vez que quería anotaba 40 o 50 puntos contra grandes jugadores profesionales", dijo Adams. "En su época, estaba a la par que jugadores como Dean Meminger y Tiny Archibald, y para su tamaño, era mucho mejor de lo que ellos lo fueron".

El gran día

En Harlem, aún se oye hablar del partido final de la Rucker League del año 1970 cuando el Milbank, equipo de Hammond, se enfrentó a los Westsiders. El equipo de los Westsiders, un invento de Paul Vecsey que trataba de llevar el talento de los jóvenes jugadores universitarios y de la ABA a los playgrounds, estaba formado entre otros por Julius Erving, Charlie Scott, Billy Paultz y Dean Meminger, todos ellos en el inicio de sus carreras profesionales. Por su parte el Milbank era pura sangre de Harlem, todos aquellos chicos de las calles, fenómenos del asfalto, que se reunían para dar un espectáculo de baloncesto frente a sus “brothas”. Richard “Pee Wee” Kirkland, Eric Cobb, Joe Thomas, pero por encima de todos ellos, Joe “The Destroyer” Hammond.

Corrió la voz por toda la ciudad y aquello parecía más una peregrinación religiosa que un partido de baloncesto. Nadie quería perderse aquel espectáculo en el que se enfrentarían el héroe local, Hammond, frente a la gran estrella del momento un Doctor J con una reputación tan grande como su afro que llegaba a Harlem a imponer su ley. El campo se llenó, los chicos se turnaban para apoyarse unos en los hombros de otros y poder ver el partido, árboles, tejados, todo servía como grada improvisada.

Pero faltaba alguien. Hammond era ante todo un showman, le encantaba ser el centro de atención, que todo girase en torno a su figura y aquel era su gran día. Milbank trataba de alargar el calentamiento a la espera de Hammond pero finalmente el árbitro dio orden de iniciar el partido a pesar de los gritos del público “We want Joe! We want Joe!” (¡Queremos a Joe!).

Sin un rival a su medida delante y con Charlie Scott defendiendo a Kirkland, el mejor tras Hammond, la ventaja alcanzaba rápidamente los dos dígitos. Erving volaba con sus majestuosas bandejas y mates sobre las cabezas de aquellos muchachos y el público gritaba y pataleaba cada vez más enfervorecido pidiendo la llegada de su salvador.

Como cuenta Mike Kookoo, de ocho años cuando se celebró aquel partido: “La multitud empezó a golpear el suelo con los pies, a patalear como loca y parecía de verdad un terremoto en pleno corazón de Nueva York”.

De pronto algo sucedió en el otro extremo del parque que apunto estuvo de detener el partido. Una enorme limusina paraba en mitad de la calle y de ella salía nada más y nada menos que Hammond en medio del griterío de los chiquillos y los vítores de los aficionados que rodeaban a la estrella local pidiendo autógrafos. La policía contenía a la muchedumbre a duras penas e incluso uno de ellos se acercó a Hammond para pedirle que aparcase el coche como era debido y no en mitad de la calle. Joe, en su infinita arrogancia, miró con desprecio al policía y como si de un aparcacoches se tratara le arrojó las llaves y le dijo “Quítalo tú”. El policía, avergonzado y sin saber qué hacer decidió quitar el coche por sí mismo en medio de las risas generalizadas.

Como una estrella de cine para un espectáculo de sólo 24 minutos, Hammond llegaba hasta la cancha, con una sucia venda en su muslo y una destrozadas zapatillas se levantó hacia el público como un Jesucristo redentor gritando “I’m here. I’m here” (Estoy aquí).

Tras el descanso se reanudaba el partido. Vecsey decidió cambiar su esquema y colocar a Scott sobre Hammond para tratar de frenar al fenomenal escolta. Pero el destino había decidido que ese sería el día de Hammond y nada más entrar en el campo recibió el balón y anotó una suspensión que iniciaba el espectáculo. Acto seguido, Kirkland, el triple de mejor jugador con Hammond a su lado robaba un balón y pasaba a su compañero para que The Destroyer hiciera un descomunal mate que volvía loca a la grada.

Pero no todo estaba dicho. En la siguiente jugada Erving cogió el balón y anotó con una de sus gráciles bandejas haciendo el silencio en todo Harlem con un grito: “Take that! I'm here, man, I'm here too. Don't forget it!” (¡Toma esa! Estoy aquí tío. Yo también estoy aquí. ¡No lo olvides!)

Incapaz de parar a Hammond, Scott dejó el sitio al mismísimo Doc por lo que el partido se convirtió casi en un monográfico de estas dos estrellas. Poco a poco la ventaja de los Westsiders se reducía y Hammond continuaba implacable, imparable, anotando como si estuviese poseído por algún espíritu divino. Como contaba Kookoo: “Hubo unos instantes en que parecía que le iba a detener pero en cuanto Joe tuvo la ocasión de hacer suyo el balón, Doc no pudo hacer nada por pararle, nada”.

Tras dos prórrogas y tener que improvisar unos focos para iluminar el campo y continuar el partido, finalmente Westsiders se llevaban el partido, finalizando Julius con 39 puntos y Hammond con nada menos que 50.

"Ellos no sabían a quién ponerme encima", dijo Hammond. "Tras el partido, Doctor J vino a verme y me estrechó la mano diciendo 'Joe, todo lo que había escuchado sobre ti es cierto'.

Este gran rendimiento en las pistas hizo que los Lakers seleccionaran a este base de 1,90 en el hardship draft de la NBA (draft para jugadores con problemas en los estudios) de 1971 e hicieran una oferta de 50 000 dólares, una fortuna para la época, para unirse al equipo angelino con un contrato de novato. Hammond rechazó la oferta de Jack Cooke, propietario de los Lakers en aquella época, porque tenía su propia fuente de ingresos, un lucrativo negocio de tráfico de drogas en las calles de Harlem.

"Estaba haciendo quedar en ridículo a esos tíos, y algunos de ellos estaban ganando realmente un pastón, 200 000 o 250 000 dólares por año. Le dije a los Lakers que yo merecía lo que ganaban esos tipos simplemente porque yo era mejor que la mayoría de ellos, pero rechazaron pagarme. Entonces les pedí un contrato garantizado, y lo rechazaron de nuevo. Ellos no entendían cómo este pobre chico de los suburbios podía estar regateando con ellos. Y, por supuesto, yo no podía decirles el porqué".

A la edad de 21 años tenía unos 200 000 dólares en su apartamento. "Eso era para mí el verdadero dinero", dijo Hammond, "Vender droga era dinero garantizado. Los Lakers nunca me ofrecerían un contrato garantizado. Fue una estupidez no firmar ese contrato, pero yo amaba estas calles demasiado, y me imaginé que podía jugar al baloncesto en mi tiempo libre", dijo Hammond. "La calle era donde yo pasaba la mayor parte de mi tiempo, y de ahí sacaba todo mi dinero".

"Ellos creían que le estaban ofreciendo el mundo a este pobre chico del ghetto, pero no necesitaba el dinero", dijo Hammond. "Llevaba traficando con drogas y jugando a los dados en las calles desde los diez años, cuando tenía 15 años le di a mi padre 50 000 dólares para que me los guardase en su cuenta del banco”.

"En la época en la que los Lakers me hicieron aquella oferta, yo ganaba miles de dólares al año vendiendo marihuana y heroína. ¿Qué iba a hacer yo con 50 000?".

¿Estuvo alguna vez intrigado por la idea de jugar junto a estrellas como Wilt Chamberlain, Jerry West, y Elgin Baylor? "En aquella época yo tenía mi propio club nocturno, dos preciosos coches, tres apartamentos y una casa", dijo, recordando su arrogancia. "Pensaba que yo era la estrella".

Aunque Hammond puede recordar con gran detalle su breve noviazgo con los Lakers, tanto Cooke como Fred Schaus, que era el General Manager de los Lakers en esa época, apenas recuerdan vagamente su nombre.

"Sí, definitivamente recuerdo su nombre, pero hace muchos años de eso", dijo Schaus. "Ojeábamos a tantos chicos en aquella época que es difícil incluso ponerle cara".

La caída

Tras el problema contractual, Hammond dijo que comenzó a perder interés en seguir con su carrera como profesional. Volvió a las calles y al dinero fácil, y sufrió por tal decisión desde entonces. Se enganchó a las drogas y fue enviado dos veces a la cárcel por cargos relacionados con posesión de drogas, perdiendo todo su dinero y posesiones.

"Ahora miro atrás", djo Hammond, "y me doy cuenta que sólo fui otro cabeza hueca".

Tragó con dificultad tras contar cómo la desgracia se cebó en él y le dejó virtualmente sin un centavo. Todas sus pertenencias, incluso sus cientos de trofeos, fueron vendidas mientras estuvo en prisión. Durante seis meses tras salir de prisión pateó las calles de su antiguo vecindario, esperando conseguir algo de dinero con el que comprar algo de comida para mantenerse a diario.

"Siento muchísimo escuchar eso, es absolutamente terrible", dijo Lou Carnesecca, entrenador que intentó contratar a Hammond en la temporada 1970-71 cuando entrenada a los New York Nets en la ya difunta ABA. "Joe tenía unas tremendas habilidades que aprendió en las calles, y un gran, gran futuro. Fue el precursor de Magic Johnson y tipos como él”.

"Le ofrecí un contrato garantizado por tres años, pero no firmó", dijo Carnesecca. "La ABA era una liga a la deriva en aquella época, por lo que supongo que él sentía que merecía algo mejor, y que esa situación no era la adecuada para él".

Hammond jugó su único año como profesional con los Allentown Jets de la Eastern Basketball Association en 1970, y se ganó un puesto en el all-star de la liga. "Con su 1,90 y 83 kilos es uno de los jugadores más excitantes del partido", se lee en la última frase de la biografía de Hammond en la guía de los Jets de 1971.

"Los Jets sólo me pagaban 375 dólares por partido", dijo Hammond. "Pero sólo jugaban dos partidos a la semana, por lo que me interesaba”,

Meminger, quien creció en Nueva York y jugó contra Hammond cuando aún estaba en el Instituto dijo que "tenía tanto talento a los 18, 19 o 20 años como nadie en la ciudad, o incluso en el país en aquella época". Pero Meminger añade con rapidez: "Joe no pasó por el sistema, y eso realmente dañó su imagen. Es muy difícil calibrar lo bueno que es alguien basándose en su rendimiento en los playgrounds".

Hace años, Vincent Mallozzi, periodista, escritor y toda una eminencia en la historia de los playgrounds de Nueva York, fue a visitar a Beverly Seabrook que según se rumoreaba fue novia de Hammond en su juventud. Mallozzi trataba de comprobar esta información para su libro “Asphalt Gods” (Dioses del asfalto) por lo que pidió a Beverly alguna prueba fotográfica o documental de aquellos días. Lo que encontró superó todas sus expectativas.

“Mira” cuenta animada al rescatar del baúl un viejo álbum de fotos oculto durante años, aquí esta él con Harthorne Wingo (compañero de Hammond en los Jets de Allentown de la desaparecida EBA, miembro de la plantilla neoyorquina campeona del 73 y posterior toxicómano profundo).

Y este otro es Herman “Helicopter” Knowings, y fíjate, este es nada menos que Earl Manigault. Dios, Joe le idolatraba como a ningún otro. Jugaban juntos horas y horas en el parque Mount Morris de la 124. Por aquel entonces llamaban a Joe 'Dirty Hand' porque cuando ya no había luz y era imposible seguir, las palmas de sus manos eran del mismo color que su piel, negra como el alquitrán.

Seducido por una irresistible curiosidad, Vincent depreda con los ojos aquel misterioso tesoro hasta agotar cada punto de su imaginación, momento que aprovecha ella para seguir: “Recuerdo que 'The Goat' le advertía que no siguiera su camino, que era demasiado bueno para acabar como él, que fichara por algún equipo de verdad, que ganaría así mucho dinero. Pero a Joe le gustaba hacer las cosas a su manera. Y yo acabé haciendo lo que él quería. Era la reina de sus chicas y él era el rey de la calle. No había ningún jugador como él, ninguno, y todos le trataban como a un verdadero rey”.

Ahora han pasado casi 40 años desde aquellos días en los que Joe Hammond jugaba al baloncesto en su tiempo libre, dando la espalda a los Lakers y los Nets, haciendo una fortuna vendiendo droga, que finalmente lo arruinaría, y anotando 50 puntos en un tiempo frente al mismísimo Julius Erving.

"Dime", dijo Hammond, moviendo su cabeza con disgusto. "¿De esta pasta es de la que están hechas las leyendas?"

8 comentarios:

Manuel dijo...

Creo que me he pasado un poco, espero que no se haga muy larga la lectura :S

Anónimo dijo...

joder!! no sé de donde sacas toda esa información pero da para escribir un libro o hacer una película.

Yo así paso de publicar nada, me hacéis quedar mal.

Roberto Polo dijo...

Anza z-bo será que los tuyoes nos e salen...yo si que no me atrevo a pponer más homenajes jajaja, por cierto tengo otra idea además de JAy para angeles caidos (curiosamente me la ha dado marca) es Ralph Beard ya mediras que te parece.

Manolo lo leo esta tarde que voy a comer con mi chica y no me da tiempo ahroa :p aunque ya te igo que eta genial, no tengo ninguna duda jajajaj
Mirar a ver si sale alguna noticia que yo hasta las 6 no vuelvo, no nos perdmaos el bombazo el año jajaja

Don Gatox dijo...

Genial, que grande eres manolo! Como se extrañaban estas cronicas!! Que sean largas es tu sello!! jaja.

Que pasada debe haber sido ver a Hammnond y Manigault juntos, no?

Ru dijo...

Ni idea de quién era pero al leerlo tengo que daros la enhorabuena,una historia espectacular.

Anónimo dijo...

Mu wapo jeje

Genial

Unknown dijo...

bonita e interesante historia, pero es una pena no haber podido disfrutar de tanto talento

Anónimo dijo...

Gonzalo Vazquez escribió hace tiempo en acb.com una serie de artículos dedicados a las leyendas de las calles useñas, entre ellos unos cuantos glosando la figura de Hammond.
http://www.acb.com/redaccion.php?id=17056