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BLANSKET: Ángeles Caídos: Billy Rieser, El Jesús Blanco

sábado, 17 de mayo de 2008

Ángeles Caídos: Billy Rieser, El Jesús Blanco

Earl “The Pearl” Monroe, uno de los mejores jugadores de la década de los 70 era también conocido como “Black Jesus”, el Jesús Negro, negro por el color de su piel y Jesús porque según decían de él, era capaz de hacer milagros sobre una pista de baloncesto. A mediados de los años 70, Billy Rieser apareció en escena asombrando a todos los espectadores de Nueva York que le veían jugar. En una época donde el mate era una cuestión de negros, Rieser se elevaba con su prodigioso salto machando sobre cualquier rival que le defendiera. Este milagroso juego le hizo ganarse el apodo de “White Jesus”, el Jesús Blanco. Con apenas 1,92 de altura, su prodigioso salto vertical de 110 cm le hacía elevarse sobre el mundo y volar hacia la canasta, aunque nadie lo habría dicho viendo a aquel muchacho con pelo largo, camiseta de Led Zeppelín y pantalones de campana.

Durante sus dos primeros años de instituto, Rieser jugó con su alma máter en St. Agnes una desconocida escuela de la División III del programa de la Asociación Atlética de Institutos Católicos, muy lejos de los ojeadores que buscaban nuevos talentos entre los jóvenes neoyorquinos. Pero todo cambió en el verano de 1976. El joven Rieser, de apenas 15 años, se codeaba en Rucker Park, la meca del baloncesto callejero de Nueva York, con leyendas como Joe Hammond, Herman ‘Helicopter’ Knowings y Earl Manigault y el rumor se corría por toda la ciudad, todos querían ver a ese chico que volaba sobre los playgrounds. La mayoría de los veteranos ya conocían a Rieser, que desplegaba sus alas en las pistas de Jefferson Park y La Guardia en distintos torneos que se celebraban allí. Dos años más tarde ya era una estrella en Rucker Park, allí donde los jugadores blancos eran sólo un recuerdo del pasado.

“Yo sólo era un chico jugando contra todos aquellos veteranos”, dice Rieser, ahora de 47 años. “Pero desde que puedo recordar, yo machacaba sobre otros muchachos, y me refiero a machacar de verdad. La gente no estaba acostumbrada a ver aquello, especialmente de un chico blanco como yo, especialmente en un barrio como East Harlem. En aquella época no sólo era avergonzante que macharan sobre ti, sino que machacasen con tanta dureza”.

Todo ese espectáculo de mates que Rieser desplegaba en La Guardia solía acabar con sillas de metal volando hacia el campo en dirección a Rieser por parte de un enfurecido público negro al que no le gustaba ver algo que apenas podían creer. Pero Billy seguía machacando.

“No podría decirte la de noches que llegué a casa con las muñecas sangrando”.

El valor de Rieser se disparó tanto en aquel verano que, la gente del barrio, los compañeros, los rivales y todos los aficionados que se habían desplazado para ver su poderoso juego comenzaron a llamarlo “White Jesus”, el Jesús Blanco, como tributo a los milagros que realizaba en la pista.

“Nunca olvidaré cómo “The Goat” (Manigault) me llevó aparte una tarde tras un partido realmente grande en el parque”, dice Rieser. “Él era un grande, es decir, era realmente una leyenda, y aún así tuvo un momento para decirme ‘Joven hermano, tu vas a ser un gran, gran jugador de universidad algún día, un gran olímpico, y un gran profesional. Simplemente sigue haciendo lo que estás haciendo”.

En esto apareció en escena Stan Dinner. Por aquella época el Instituto Benjamín Franklin había caído de la situación dominante que ejercía en otra época a nivel escolar. Dinner fue seleccionado como entrenador para devolver al equipo al nivel que se merecía y, por supuesto, puso sus ojos en Rieser como principal reclutamiento para este fin.



Durante mucho tiempo Dinner y su cohorte comenzaron a predicar la palabra del Jesús Blanco, intentando que el joven se uniera a la causa.

“Me dijeron que estaba perdiendo el tiempo en St. Agnes, que ese no era un buen escaparate para mí”, dice Rieser. “¿Y sabes algo? Tenían razón”.

Así que Billy se subió al tren y se enroló con Benjamín Franklin. Dejaba una escuela predominantemente blanca de unos 400 estudiantes, la mayoría hijos de diplomáticos extranjeros, con una reputación académica excelente, para ir a un instituto de 2500 escolares, de mayoría negra y posiblemente de lo peor que podía ofrecer la ciudad.

“Matty Capuccilli, un chico con el que jugaba en Franklin, y yo, estábamos entre los únicos cuatro estudiantes blancos de toda la escuela”, dice Rieser. “Cuando llegué por primera vez me amenazaron con una navaja y una pistola, y no podría decirte a cuántos chicos tuve que dejar KO en esos pasillos simplemente para mantener mi vida a salvo”.

Pero eso fue antes de que se inclinasen antes el Jesús Blanco, quien patentó su juego ofensivo en campo abierto siguiendo los pasos de Pete Maravich y otros tres alumnos de Rucker Park – Connie Hawkins, Julius Erving, y Walt Frazier.

“En cuanto vinieron a los partidos y vieron lo que podía hacer”, dice Rieser, “todos los chicos de la escuela querían ser mis colegas”.

Habían visto al Jesús Blanco hacer milagros contra potencias como el Instituto Taft donde tomó el balón del salto inicial, salió como un vendaval a campo abierto, brincó desde el tiro libre y realizó un brutal mate a dos manos por encima de un jugador de Taft diez centímetros más alto que él, una canasta que dio inicio a un festival de mates de veinte minutos que lanzó de sus asientos a un enfervorecido público que saltaba a la pista para festejarlo.

“Todo aquél que me conocía sabía que no hacía un mate a menos que hubiese alguien sobre el que machacar”, dice Rieser. “Cualquiera puede hacer un mate si nadie le defiende, por lo que si estaba debajo de la canasta, simplemente la dejaba suavemente, porque cada mate debe tener un propósito”.

Hubo otros momentos legendarios en el parqué y en lugares como Rucker Park como la vez que destrozó a su rival Sydney Green durante un enfrentamiento de liga regular entre Franklin y Boys High en la Universidad de St. John’s en 1978. El mismo año Rieser dejó clavado al jugador de los Knicks, Dick Barnett, en un lado del aro, mientras que realizaba un soberbio mate de espaldas por el otro en las pistas que hay en la 20 Este en Mahattan. Y de nuevo ese año, en su único partido en el Madison Square Garden logró una noche perfecta, 36 puntos sin fallo en tiros de campo ni libres. Contra el Instituto Morris del Bronx.

“Ese partido en el Garden, nunca lo olvidaré”, dice. “Sólo hubo otra vez en mi vida en la que sentí tal clase de magia, ese tipo de historia y tradición cuando salté a una cancha de baloncesto. Esa pista era la de Rucker Park”, dice el Jesús Blanco, “la gente de allí verdaderamente disfrutaba viéndome volar”.

Conforme se aproximaban sus días de universidad, Rieser había ignorado los reclutamientos de potencias como St. John’s, North Carolina, Notre Dame, Purdue, Louisville y UCLA y, convencido por el poder económico de los aficionados del Sur, terminó en Centenary, en Shreveport, Louisiana.

Un magnate del petróleo de Louisiana estrechó lazos con el chico blanco de Harlem, llenó sus bolsillos con algunos dólares y su cabeza con algunas tonterías, y finalmente cerraron el trato con un descapotable.

Las cosas estaban yendo en realidad bastante bien para el Jesús Blanco. Promediaba 16 puntos por partido y hacía enarcar algunas cejas sureñas con su explosivo espectáculo aéreo que le hizo una celebridad en el viejo vecindario. Tras cada partido, el magnate dejaba un fajo de billetes debajo de la alfombra del descapotable. La cantidad de billetes que había en el fajo iba en proporción al número de puntos, rebotes y asistencias que Billy hubiese puesto en la estadística esa noche. Los mates que tuviesen una repercusión especial en el público también se traducían en bonus especiales.

En una entrevista de 1994 al New York Daily News cuenta que el mayor bonus que recibió por un mate del magnate del petróleo, llegó tras un espectacular mate contra Northeast Louisiana, un equipo que contaba con Calvin Natt y su hermano Kenny.

“Era nuestro último partido en casa”, dice Rieser, “tomé el balón al vuelo en una carrera a toda velocidad, dos pasos rápidos y un salto perfecto”. “La agarré y salté justo desde dentro de la línea de tiros libres. Nunca hundí el balón con tanta fuerza como lo hice aquella noche sobre Kenny Natt. El mate perfecto. Me dejé una magulladura en mi muñeca. Sabes que ha sido realmente salvaje cuando sientes que tu piel se rompe. Pero este fue realmente salvaje. Bajé con el ceño fruncido, como si quisiera matar a alguien. Como si dijera, soy invencible”.

Pero esa aura de invencibilidad desaparecería sólo una semana antes de comenzar su segundo año en la universidad, cuando se destrozó una rodilla jugando un partido entre amigos.

“En esa época no te daban una oportunidad, te cortaban. La operación fue el 3 de noviembre y para el 3 de enero ya estaba jugando mi primer partido. No podía moverme, no estaba bien en absoluto. En el séptimo partido le dije al entrenador: ‘Mi rodilla aún está mal. No puedo seguir”. ‘Muy bien’, me respondió, ‘deja tus zapatillas’.

Dejó sus zapatillas en la puerta del vestuario. De pronto, Billy era simplemente otro chico de con mala suerte muy lejos de Harlem.

Tras dos temporadas fallidas en Eastern Kentucky, Rieser volvió a casa. Con sus alas gravemente dañadas en el Sur, el Jesús Blanco aún tenía suficiente como para formar una alianza en Rucker Park, llamada KISS FM All-Stars junto con Sam ‘Sudden’ Worden, un base de 1,97 de Franklin Lane en Brooklyn que jugó en Marquette antes de unirse a los Bulls y con un fantasioso escolta de 1,87 llamado Dancing Doogie.

“Billy el saltarín”, dice Sudden Sam, recordando con una sonrisa. “Nunca se echó atrás ante nadie en una pista de baloncesto, e incluso con una rodilla mal, seguía tocando el cielo y machacando sobre gente”.

Efectivamente, el Jesús Blanco demostró, mayormente ante espectadores negros, que los blancos que vendieron su alma a los magnates del petróleo también podían saltar.

“Esa fue una época muy divertida para mí, porque estaba en casa, delante de la gente que me conocía, delante de la gente que me quería. Lo que lo hizo aún más especial fue el hecho de que aún era lo bastante bueno para Rucker Park. Cada barrio tenía sus pistas, y todo el que jugaba seriamente al baloncesto tenía su cancha. La mía era Jefferson Park, dominaba aquella pista desde la salida a la puesta del Sol”.

“Pero Rucker Park”, dice Rieser, “tenía más reputación que ningún otro parque en todo el país. Era el lugar donde los partidos ordinarios se convertían en extraordinarios gracias a un aura, a algo mágico en la atmósfera”.

El Jesús Blanco jugó toda aquella temporada emocionando a los aficionados con sus mates. Mucho antes ojeadores de todo el mundo llegaban a Rucker Park y Billy tuvo ofertas para jugar profesionalmente en Venezuela y Francia.

Pero su rodilla comenzaba a crujir de nuevo, y su espalda y sus tobillos gritaban cada vez con mayor dolor en cada dribbling, en cada mate.

“Siempre fui capaz de hacer lo que quería sobre una pista de baloncesto. Era un buen jugador que dominaba todos los fundamentos. Pero cuando todas las lesiones comenzaron a amontonarse me afectó mentalmente, y si no podía dominar el juego, prefería no seguir”.

Finalmente Rieser se mudó con su familia a Kentucky donde dirige una compañía de telecomunicaciones. Juega al golf, lee la Biblia con frecuencia y pasa tiempo con su comunidad para “predicar la palabra de Dios”.

Veinte años después el Jesús Blanco puede haber encontrado a Dios y perdido sus poderosas canastas, pero aún encuentra tiempo para recordar y reír con los viejos tiempos, con el viejo barrio, con los tiempos de Benjamin Franklin, Stan Dinner, y el magnate del petróleo, y con Rucker Park y sus famosos mates.

“Tenía un juego distinto al que la gente esperaba de un chico con mi aspecto. No puedes aprender en ninguna clase a saltar como yo lo hacía”, dice el Jesús Blanco mirando hacia el cielo mientras habla. “Eso es un don que vino de Dios”.

7 comentarios:

Maverik dijo...

¡Magistral Manolo!

Me encanta leer q hubo "un chico blanco q machacaba como un negro" jajaja

CP3 dijo...

Increible tio, aprece un cuento y todo, pero en real :D. Me encanta la historia, no conocía a Rieser, como pueden joderle la carrera a un chaval prometedor las lesiones :S.

J-Bo dijo...

Tremendo Manolo!!!... Me habría encantado verlo volar en directo!!

Yo dijo...

Que grande eres Manolo!

Francis López dijo...

jajjaja que pasada! con las muñecas sangrando! y el publico tirandole sillas xD

Francis López dijo...

por cierto, grandisimo manolo!!!!! una pena que las lesiones dejen por el camino a tanta gente :(

mojon dijo...

Maravilloso Manolo, se hechaba de menos esta gran sección.
Gracias, Un saluco.