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Llegados hasta aquí, el aficionado al baloncesto se pregunta perplejo ¿Cómo un jugador tan extraordinario a nivel individual pudo ser tan negado con el éxito colectivo? Es el único gran dominador que no ha establecido jamás una dinastía (George Mikan y los Minneapolis Lakers, Bill Russell y los Boston Celtics, Michael Jordan y los Chicago Bulls, Shaquille O’Neal y Los Angeles Lakers...). Hay varios motivos que explican esta aparente contradicción, pero el motivo principal es muy simple: Wilt no tuvo jamás ese carácter propio de los ganadores, ese espíritu competitivo y esa capacidad de lideraje que comparten todos los campeones. O como diría él mismo cuando se retiró: “I’m just not naturally competitive and aggressive. I don’t have a killer instinct" (“Simplemente no soy de naturaleza agresiva o competitiva. No tengo instinto asesino”).
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Cuando Chamberlain acabó el High School, todas las universidades lo pretendían pues el gigante de más de 7 pies ya se había hecho famoso en todo el país. Kansas fue la afortunada. Allí jugaría dos temporadas en la NCAA promediando 30 puntos y 18 rebotes por partido. Habrá quien no las considere espectaculares puesto que futuros mitos como Elgin Baylor sobrepasaron los 30 puntos y los 18 rebotes por partido cuando estaban en la NCAA. Nada más alejado de la realidad. El dominio de Wilt era tan escandaloso en la NCAA, que los equipos pronto le aplicaron defensas de, atención al dato, 3 contra 1. No anotó más de 50 puntos por partido simplemente porque muy a menudo no recibía el balón que se lo jugaban sus compañeros libres de marcaje. También capturó “sólo” 18 rebotes por partido porque los árbitros siempre consintieron todo tipo de excesos contra el gigante.
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En 1.959, el equipo de Philadelphia, su ciudad natal, decidió ficharlo, y Chamberlain acceptó. El día del su debut en la NBA, contra New York, Chamberlain demostró que no era un rookie cualquiera: en el primer minuto ya había anotado 8 puntos para terminar el encuentro con un total de 43 puntos y 28 rebotes. Como ya había pasado en el High School, en cuanto no se le aplicaban marcajes especiales y defensas al límite, Chamberlain arrasaba porque no había, ni probablemente habrá jamás, un jugador tan superior al resto. En su año de debut en la NBA, la temporada 1.959-60, Chamberlain acabó promediando 37.6 puntos y 27 rebotes por partido, o lo que es lo mismo, las dos marcas más grandes de la historia en aquellos momentos. Posteriormente, sólo un hombre ha conseguido superar estas marcas: el mismo Wilt Chamberlain. Actualmente, los 37.6 puntos y 27 rebotes por partido de la temporada 1.959-60 no son sólo las mejores marcas que jamás haya conseguido un rookie, sino que también son la cuarta mejor marca de anotación de todos los tiempos y la segunda mejor marca de rebotes en una temporada.
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La temporada 1.960-61 Wilt promedió 38 puntos y 27.2 rebotes por partido, la tercera mejor anotación en una temporada y la mejor marca reboteadora de la historia (Wilt Chamberlain es el único jugador de la historia de la NBA que ha capturado más de 2.000 rebotes en una temporada).
Quizás más espectacular fue la temporada 1.961-62, donde batió todos los records de anotación. Promedió más de 50 puntos (mejor marca de la historia) y casi 26 rebotes por partido (tercera mejor marca de la historia), o lo que es lo mismo, se convirtió en el único jugador que ha anotado más de 4.000 puntos en una temporada. En el partido del All Star metió 42 (récord absoluto) y poco después, el 2 de marzo de 1.962, metió 100 puntos en un partido contra los New York Knicks.
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Las temporadas 1.962-63 y 63-64 fueron muy parecidas a las dos anteriores, con Wilt ofreciendo festivales de más de 35 puntos y más de 20 rebotes noche tras noche (destacables los más de 40 puntos por partido de la temporada 1.962-63, actualmente la segunda mejor marca de todos los tiempos). Sin embargo, los Celtics continuaban ganando títulos a costa del gigante. Fue durante esa época que los especialistas y aficionados afirmaban impunemente que Wilt Chamberlain sólo era un buen anotador y reboteador y que de ninguna manera podría jamás hacer ganador un equipo con su estilo tan individualista. Algunos incluso se atrevían a decir que “Chamberlain es sólo un gigante que abusa de su tamaño descomunal para anotar” y hasta nuestros días tales ofensas han perdurado. Pero lejos de hundirse, por primera vez en su vida, Wilt tuvo un objetivo claro y una fuente de motivación: hacer callar a esa panda de charlatanes y demostrarles que el más grande era algo más que un buen anotador.
A partir de 1965, Chamberlain empezó a cambiar su estilo de juego y de este modo consiguió su segundo MVP la temporada 1.965-66 con unos números estratosféricos: 33 puntos (líder de la liga por séptima vez consecutiva), 24 rebotes (líder de la liga) i 5 asistencias por partido. Ahora ya no era sólo un gigante que abusaba de su físico privilegiado. Ahora también era un jugador de equipo capaz de anotar, rebotear y asistir con la misma facilidad. Se avecinaba el final de la dinastía de los Celtics aunque todavía debería aguardar un año más antes de alzarse finalmente como campeón de la NBA.
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Evidentemente, en esa temporada mágica, Wilt ganó su tercer MVP con promedios de 24 puntos con un 68% de acierto en tiros de campo (mejor marca de la historia en esos momentos, actualmente la segunda mejor marca; la primera, evidentemente, también la tiene Wilt Chamberlain) 24 rebotes y 8 asistencias por partido (record de asistencias por un center antes de que él mismo la superara). Ahora, Wilt era un center que repartía juego y seleccionaba mejor sus lanzamientos.
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Y aquí termina la primera entrega de la serie dedicada a Wilt Chamberlain. Si hasta ahora Wilt era la estrella indiscutible en todos los equipos donde jugaba, a partir del verano de 1968 las cosas cambiarían radicalmente. Nunca más volvería a ser el titán ofensivo que rompía records una y otra vez. Por contra, y no sin ironía, el destino le deparaba un futuro donde el éxito vendría marcado más por sus labores defensivas que por sus aportaciones ofensivas.